El New Wave del Cine de Terror

Si hablamos de la década recién superada, lo cierto es que el cine de Hollywood no ha brillado especialmente por su originalidad. Aunque sí han habido piezas magistrales surgidas del mainstream americano (véase la obra de Nolan), durante la década comprendida entre 2010 y 2019 han salido a la gran pantalla un sinfín de remakes y secuelas de “clásicos” del pasado -sobre todo de los 80’- que nadie ha pedido. Películas que tienen como objetivo explotar las fórmulas que ya han demostrado su éxito (y su capacidad de generar beneficios). Si de niño disfrutaste viendo Jumanji, ¿cómo no vas a querer que tus hijos hagan lo mismo con su versión moderna? Aunque para ello haga falta digerir a The Rock -en lugar de a Robbin Williams- durante dos horas. En fin… No obstante, y para suerte de todos, el cine es mucho más que las grandes producciones de Hollywood. No sólo podemos encontrar cine de gran calidad procedente de casi todos los rincones del mundo, si no que también en los Estados Unidos existe un cine independiente que se aleja de las fórmulas establecidas por las grandes productoras. Así, de la mano del productoras independientes como A24, la última década ha sido testigo del renacimiento de uno de los grandes géneros clásicos del cine: el terror. 

Aquellos que nos criamos con los títulos de terror de los años 80,’ y especialmente de los 90’, crecimos habituados a un estilo y un lenguaje cinematográfico predeterminado por la tradición hollywoodiense, cuyo objetivo primordial era dar sustos grandes al espectador. Cuantos más sobresaltos sufriera el público y cuanto más infartante fueran, mejor. Así, los distintos recursos cinematográficos (guión, música, fotografía, etc.) quedaban supeditados a dicha labor y las mismas fórmulas se repetían una y otra vez. No es de extrañar que a principios de los 2000’ las parodias de aquellas películas –Scary Movie- tuvieran casi más éxito que las originales. Abundaban las casas maldecidas por los espíritus, los asesinos en serie y los muñecos poseídos -aunque ojo, que siguen estando ahí- mientras que escaseaban tramas originales, los guiones inquietantes y las fotografías cuidadas. Pero para sorpresa de los amantes de las historias de lo oscuro y de lo perturbador, un cine de terror de gran calidad empezó a finales de los 2000’ a abrirse paso entre las producciones independientes de América y Europa. 

Ya con la entrada del siglo, La Bruja de Blair (1999) sirvió para dar cuenta a la industria cinematográfica de que para hacer buen cine de terror no son necesarios colosales equipos ni producciones millonarias, sino buenas ideas, talento y sobre todo, originalidad. Y afortunadamente, muchas jóvenes promesas del terror también tomaron nota. En 2008 aparecía en la gran pantalla el romance de terror sueco “Déjame Entrar”, que cuenta la historia de amistad entre un niño marginado y una niña que acaba de llegar al pueblo, cuya llegada coincide con una serie de extrañas muertes. La película, que aborda la ternura de la amistad infantil a través de una atmósfera inquietantemente tenebrosa, se aleja de las convenciones del cine de terror de Hollywood y de la insistente búsqueda del susto. En su lugar, los distintos componentes cinematográficos se vuelven, además de un recurso narrativo en los que se apoya la trama, elementos que guardan un valor estético por sí mismos. No se reduce el cine de terror a “dar sustos” sino a explorar lo tenebroso y lo perturbador a través de los distintos recursos que el séptimo arte ofrece. Así, a partir de 2010 empiezan a aparecer diversos títulos de terror que ahondan en dicha exploración y que obtienen como resultados verdaderas obras de arte, cosa que 15 años antes hubiera parecido imposible. Películas que recuerdan más a los cuentos de Allan Poe que a Scream o Chucky, o incluso a los clásicos del cine primigenio de terror como Nosferatu (1922) o  El Castillo Encantado (1921). 

It Follows (2014), aunque con la apariencia propia del teen-horror, sabe aprovechar magistralmente las posibilidades visuales que el cine ofrece -especialmente en un género como el terror-. Enmarcada en un ambiente casi atemporal del midwest americano, y con una fotografía muy cuidada, ofrece una trama cuya originalidad resulta altamente refrescante y que sitúa al espectador en la piel de los personajes (o mejor dicho en los ojos). La película no sólo consigue que el espectador empatice con los personajes, sino que también comparta con ellos el miedo y la incertidumbre constantes. Por otro lado, se apuesta por una música que igualmente se aleja de los cánones pasados del cine para investigar nuevas formas estéticas. The Witch (2015), que se presenta como una película de época -ubicada en los tiempos de los colonos de la América del siglo XVI-  también se aparta de las convenciones del género para indagar en emociones como el desasosiego y el horror por medio de un universo tétrico y escalofriante. Hereditary (2018), la opera prima del director Ari Aster -que ya se ha convertido en uno de emblemas del nuevo cine de terror-, a pesar de presentarse bajo un planteamiento que no resulta original en género (la casa habitada por los espíritus) lleva el formato hacia límite insospechados. En lugar de perseguir la búsqueda incesante del susto y del pánico a través de momentos de alta intensidad, consigue que el espectador se sienta profundamente horrorizado y perturbado a lo largo de toda la película sin por ello renunciar a los cambios de ritmo tan característicos del formato. Jordi Costa, de “El País” comenta que “El deslumbrante arranque de Hereditary, opera prima de Ari Aster, parece obsesivamente diseñado para que el espectador no confunda este trabajo con una película de terror al uso”. De tal manera, esa discordante mezcla entre un planteamiento claramente redundante y un estilo inequívocamente renovador deja una sensación desconcertante en el espectador que no hace más que intensificar el horror. Midsommar (2019), del mismo director, estrenada tan solo un año después, culmina el resurgimiento del nuevo cine de terror con una obra que rompe en todos los sentidos con las convenciones del cine de terror de Hollywood hasta el punto en que hace replantear los fundamentos del género. Sorprende, entre otras cosas, que la mayor parte de las escenas están iluminadas por un incipiente sol de verano, lo cual contrasta con la “obligada” oscuridad característica de la tradición del terror. Cabe destacar también los dos largometrajes dirigidos por el polivalente Jordan Peele: Get Out (2017) y Us (2019). Ambos films incluyen una perspectiva social que pone el foco en temas como el racismo o las desigualdades sociales. Peele, además de incidir en la renovación del género apostando por fórmulas frescas y originales, aporta la novedad de poner sobre la mesa la posibilidad de tratar temáticas sociales complejas que cuestionan los cimientos de la sociedad americana y que llevan al espectador a una ineludible reflexión. Asimismo, Saint Maud (2020), primer largometraje de la inglesa Rose Glass, trata temas como la fé y la locura a través de un estilo que se inscribe al new wave del cine de terror pero sin perder una imprenta particular muy marcada. A lo largo de la película, el desconcierto y la perturbación van en aumento hasta conseguir que el espectador se vea ineludiblemente trastornado por los acontecimientos prescenciados. 

Así pues, todas estas piezas guardan una serie de elementos en común que les diferencia la tradición del cine de terror de las década pasadas y que abre la puerta hacia una nueva etapa dorada del género que busca nuevos caminos estilísticos. Las tramas, los personajes, los guíones, los soundtracks, y el resto de elementos se confabulan para crear una atmósfera que sume al espectador en el desconcierto y la incomodidad hasta la absoluta perturbación. Así, se aleja el nuevo cine de terror de la tradición anterior para acercarse a los grandes clásicos literarios del terror, desde Lovecraft a Stephen King, en los cuales la tenebrosidad es de algún modo el punto central de la obra. De tal manera que lo que se pone en cuestión no son sólo forma y fondo del género cinematográfico sino la escencia misma del terror más allá de las disciplinas artísticas y las tendencias estéticas. En cualquier caso, todo parece indicar que en los años venideros se podrá ver en las carteleras grandes títulos que consigan encumbrar un género que no siempre se ha tomado en serio, y que quizás a partir de ahora podrá ser tomado en la misma consideración que los grandes géneros dramáticos del cine.

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